Nezumi estaba en un túnel.
En la oscuridad respiró tranquilo. El
aire olía ligeramente a húmedo y a sucio. Avanzó con cautela. Era un sitio
pequeño, sólo lo bastante grande para que Nezumi se arrastrara por él, y era
muy oscuro.
No había luz en ninguna parte, pero eso
calmaba su espíritu. Le gustaban los lugares oscuros y pequeños. En esos
espacios nada grande y vivo podía ir y capturarlo. Momentáneo alivio y
tranquilidad.
Sentía un dolor sordo en la herida de su
hombro, pero no era suficiente para preocuparlo. El problema, por otra parte,
era con la cantidad de sangre que había perdido. La herida no era profunda, sólo
le había rozado un poco el hombro. La sangre debería haber empezado a
coagularse y cerrar la herida abierta. Pero aún…
Él notaba la cálida y viscosa sensación.
Aún estaba sangrando.
<Anticoagulante. Han recubierto la
bala con él.> Pensó.
Nezumi se mordió el labio. Quería algo
con lo que detener el sangrado, como trombina, o sal de aluminio. No, ni
siquiera tanto, bastaría con agua limpia para limpiar la herida.
Las piernas se le doblaron. Le sobrevino
un mareo.
<Esto no es bueno…>
Se desmayaría por la falta de sangre,
tal vez. Si eso sucedía sería malo. Pronto no sería capaz de moverse siquiera.
<Pero quizá no debería
importarme.>
De pronto escuchó una voz en su interior.
Tal vez no sería tan malo aovillarse,
incapaz de moverse, envuelto en la húmeda oscuridad. Se dormiría, un largo
sueño…y una pacífica muerte. No dolería, no demasiado. Quizá sentiría un poco
frío.
No, eso sería demasiado bonito. La
presión de su sangre caería en picado, tendría problemas para respirar, sus
miembros quedarían paralizados…Por supuesto que no sería indoloro.
<Quiero dormir…> Pensó.
Estaba cansado. Frío. Dolorido. Incapaz
de moverse. Sólo tenía que sufrir un poco más, se dijo a sí mismo. Quedarse
quieto en lugar de luchar infructuosamente. Había personas persiguiéndolo, pero
nadie iba a rescatarlo. Así pues él simplemente debería poner punto y final a
su vida. Aovillarse aquí y sólo dormir. Sólo dejarlo.
Sus pies seguían caminando. Sus manos
recorrían los muros.
Nezumi lanzó una sonrisa forzada. Su voz
le decía que abandonara, pero su cuerpo aún avanzaba obstinadamente. Qué
problemático era.
<Una hora más. No, treinta
minutos.>
Treinta minutos era el tiempo del que
disponía para poder actuar. En ese tiempo tenía que detener el sangrado y
encontrar un lugar seguro para descansar. Los requerimientos básicos para
seguir vivo.
Hubo un movimiento en el aire.
La oscuridad ante él comenzó a volverse
más clara. Dio cada paso con mucho cuidado hasta emerger de las tinieblas y del
estrecho túnel hasta un ancho espacio rodeado de blancos muros de hormigón.
Nezumi sabía que esto había sido parte
de una alcantarilla en uso hasta hacía diez años y algo, al final del siglo
veinte.
Al contrario del mundo superior, las
instalaciones subterráneas de Nº 6 no estaban en muy buen estado. Muchas de
ellas se encontraban igual que en el siglo anterior. Este túnel de
alcantarillado era sólo otro más, abandonado y olvidado.
Nezumi no podría haber pedido un entorno
mejor. Cerró los ojos y visualizó el mapa de Nº 6 que había extraído del
ordenador.
Sería estupendo que aquella fuera la
ruta abandonada K0210. Si así fuera debería extenderse hacia la alta área
residencial llamada Chronos. Por supuesto que también podría ser un callejón
sin salida, pero si había decidido vivir la única opción que le quedaba era
seguir adelante. En su estado Nezumi no tenía tiempo ni oportunidad para
deliberaciones.
El aire se movía. Ya no era la humedad
viciada de antes, sino un aire fresco que traía un suave olor a agua. Recordó
que estaba lloviendo fuerte ahí arriba. Definitivamente aquel pasaje conectaba
con el mundo exterior.
Nezumi inhaló, aspirando el aroma a
lluvia.
***
El siete de Septiembre de 2013 fue mi
doceavo cumpleaños. Desde hacía una semana un sistema tropical de baja presión,
o huracán, se había estado formando en el área suroeste del Océano Pacífico
norte, haciendo su camino hacia el norte, recogiendo poder, hasta que nos había
golpeado directamente en la ciudad Nº 6.
Era el mejor regalo que podía haber
recibido. Estaba colmado de emoción. Eran sólo las cuatro y pico de la tarde,
pero ya estaba oscureciendo. Los árboles del jardín se inclinaban contra el
viento, que arrancaba pequeñas brancas. Amaba el clamoroso estruendo que
hacían. Era el contrario absoluto de la usual atmósfera del vecindario, en la
que rara ve había ningún ruido.
Mi madre prefería los pequeños árboles a
las flores, y gracias a su entusiasmo al plantar camelias, almendros y arces
por todo el lugar nuestro jardín se había convertido en una pequeña arboleda.
Gracias a eso el sonido de aquel día era
como ningún otro. Cada árbol gemía de una manera diferente. Las hojas rotas y
las ramas arrancadas golpeaban contra la ventana, cubriéndola, y después eran
empujadas lejos otra vez. Una vez y otra y otra, las ráfagas de viento chocaban
contra el cristal.
Deseé vehementemente abrirla. Incluso
esos fuertes vientos eran incapaces de romper el vidrio resistente a los
golpes, y en esta habitación de atmósfera controlada la temperatura permanecía
estable y descargada.
Por eso quería abrir la ventana. Abrirla
y traer todo el aire, el viento, la lluvia, cambiar lo usual.
-
Shion.
– Llamó la voz de mi madre a través del intercomunicador. – Espero que no estés
pensando en abrir la ventana.
-
No
lo hago. – Respondí.
-
Bien…¿Lo
has oído? Las tierras más bajas del Bloque Oeste están inundadas. Terrible,
¿verdad?
Ella no sonaba como si se sintiera
terrible en absoluto.
Fuera de Nº 6 la tierra estaba dividida
en cuatro bloques…Este, Oeste, Norte y Sur. La mayor parte de los bloques Este
y Sur eran tierras de cultivo y pastoreo. Ellos proveían alrededor del 60% de
la comida vegetal y el 50% de los productos animales. En el norte había un
bosque caducifolio y montañas, bajo la completa conservación del Comité de
Administración Central.
Sin el permiso del Comité nadie podía
entrar en el área. No es como si nadie quisiera vagar en lo salvaje,
completamente fuera de mantenimiento.
En el centro de la ciudad había un
enorme parque forestal que cubría más de una sexta parte del área total de la
urbe. En ella uno podía experimentar los cambios estacionales e interactuar con
las cientos de especies de pequeños animales e insectos que lo habitaban.
La vasta mayoría de los ciudadanos
estaban contentos con la vida silvestre del parque.
A mí no me gustaba mucho.
Especialmente me disgustaba el edificio
del ayuntamiento, asomándose desde el centro del parque. Tenía cinco pisos bajo
tierra y diez por encima, y su silueta era como una cúpula.
Nº 6 no tenía rascacielos, así que
“asomarse” es un poco exagerado. Sin embargo me daba una siniestra sensación.
Había gente que lo llamaba “Gota Lunar”
por su silueta redondeada y blanca, pero a mí me recordaba más bien a una
ampolla en la piel. Una ampolla que había emergido en el centro de la ciudad.
Y como para rodearla, el hospital y la
oficina de seguridad habían sido construidos cerca, conectados por corredores
que parecían tuberías de gas.
Alrededor estaba el bosque verde. El
parque forestal, un lugar de paz y tranquilidad para los buenos ciudadanos.
Todas las plantas y animales que habitaban el lugar eran minuciosamente
monitoreadas, y todas las flores, todos los frutos y las pequeñas criaturas de
cada área en cada estación eran cuidadosamente grabadas.
Los ciudadanos podrían encontrar el
mejor momento y lugar para ver y contemplar estas cosas a través del sistema de
servicio de la ciudad.
Obediente, perfecta naturaleza.
Pero incluso ésta podría enfurecerse un
día como este. Al fin y al cabo, era un huracán.
Una rama con verdes hojas aún sujetas
golpeó la ventana.
La siguió un revuelo de viento, y su
rugido resonó por un momento. Al menos creí oírlo resonar. El cristal
insonorizado me aislaba de cualquier ruido del exterior.
Quería la ventana fuera de mi camino.
Quería oír, quería sentir el viento furioso.
Sin siquiera pensarlo la abrí.
Como si viniera de las profundidades de
la tierra el vendaval retumbó. Era un rugido que no había oído en mucho tiempo.
Yo también lo hice: alcé mis propias manos y lancé un grito. Se perdió en los
vientos tormentosos, sin encontrar a nadie que lo escuchara.
Aún así grite, sin ningún motivo. Las
gotas de lluvia caían en mi garganta. Sabía que estaba siendo infantil, pero no
podía parar.
Comenzó a llover más fuerte.
¡Cuán excitante sería quitarme toda la
ropa y tirarme hacia la lluvia! Intenté imaginarme a mí mismo desnudo,
corriendo en la torrencial tormenta. Definitivamente sería declarado loco, pero
era una tentación casi irresistible.
Abrí la boca de nuevo y tragué las gotas
de agua que cayeron en ella.
Quería reprimir aquel extraño impulso.
Temía a lo que acechaba en mi interior. A veces me encontraba sobrepasado por
tumultuosos, salvajes emociones.
Rómpelo.
Destrúyelo.
¿Destruir
qué?
Todo.
¿Todo?
Se escuchó un mecánico sonido de alerta.
Anunciaba que las condiciones atmosféricas en la habitación estaban
deteriorándose. Eventualmente la ventana se cerraría automáticamente. El secado
y el control de temperatura comenzaría, y todas las cosas mojadas en al
habitación, incluido yo mismo, se secarían instantáneamente.
Limpié mi rostro goteante con la cortina
y fui a la puerta para apagar el sistema de control del aire.
¿Qué hubiera pasado si en ese momento
hubiera obedecido el sonido de advertencia? A veces aún me lo pregunto. Si
hubiera cerrado la ventana, si hubiera elegido permanecer en el adecuado y seco
confort de mi cuarto, mi vida hubiera sido completamente distinta.
No me lamento ni nada parecido, es sólo
un pensamiento peculiar. La única cosa que cambió mi mundo entero, tan
meticulosamente controlado hasta entonces, sucedió por una pequeña
coincidencia: ese siete de Septiembre del 2013, un día tormentoso, tomé la decisión
de abrir la ventana.
Fue ciertamente un pensamiento peculiar.
Y aunque no tengo un dios particular en
el que creer, hay veces en que siento cierta convicción hacia el término “la
mano divina”.
Apagué el botón. El sonido de alarma se
detuvo. Un súbito silencio cayó sobre la habitación.
-
Heh…
Oí una desvaída risa a mi espalda.
Instintivamente miré alrededor y lancé
un pequeño grito.
Había un chico allí, empapado. Me costó
un poco darme cuenta de que era un chico, al menos. Tenía el pelo largo hasta
los hombros, y tapaba su pequeño rostro. Su cuello y sus brazos, que
sobresalían de una camiseta de manga corta, eran muy delgados. En el primer
momento en realidad no podría haber dicho si era un niño o una niña, si era
mayor o más joven de lo que parecía: mis ojos y mi atención estaban demasiado
enfocados en su hombro, que estaba teñida de rojo, como para pensar en otra
cosa.
Era el color de la sangre.
Nunca antes había visto a nadie sangrar
tan profusamente como él lo hacía.
Instintivamente extendí una mano hacia
él.
La figura del intruso se desvaneció ante
la punta de mis dedos.
Al mismo tiempo sentí un golpe, y fui
empujado contra el muro con una fuerza descomunal.
Noté una sensación helada en mi cuello.
Eran dedos, cinco, cerrándose en torno a mi garganta.
***
-
No
te muevas. – Dijo.
Era más bajo que yo.
Aún asfixiándome, me obligué a mirar sus
ojos. Eran oscuros pero al mismo tiempo claros, de color gris. Nunca había
visto un color así antes.
Sus dedos apretaron más aún.
No parecía fuerte en absoluto, pero me
encontraba absolutamente incapaz de moverme. No era algo que una persona normal
pudiera hacer.
-
Ya
veo…- Logré jadear. – Estás acostumbrado a hacer esto…
Ese par de ojos grises ni siquiera
pestañearon. Su mirada seguía fija, emanando calma, como la gentil superficie
del océano. No había en ellos amenaza, miedo o intenciones asesinas. Sólo unos
ojos muy quietos.
Mi propio pánico comenzó a remitir.
-
Trataré
tu herida. – Dije, sin aliento, lamiendo mis labios. – Estás herido, ¿no? Te
trataré.
Me pude ver reflejados en los ojos del
intruso. Por un momento sentí como si pudiera ser absorbido por ellos.
Desvié la mirada hacia el suelo.
-
Trataré
tu herida…- Musité. – Tenemos que detener el sangrado. Tratarlo. Entiendes lo
que digo…¿verdad?
La presión alrededor de mi cuello aflojó
ligeramente.
-
Shion.
La voz de mi madre salió del
intercomunicador.
-
Tienes
la ventana abierta, ¿verdad?
Tomé aliento. Me sentía bien, estaba
bien, me había recuperado. Podía hablar con normalidad.
-
¿La
ventana? – Dije. – Ah…sí, está abierta.
-
Vas
a coger un resfriado si no la cierras.
-
Lo
sé.
Pude oír a mi madre riendo al otro lado
de la línea.
-
Hoy
cumples doce años pero aún actúas como un niño pequeño.
-
Vale,
lo pillo…Oh, ¿mamá?
-
¿Qué?
-
Tengo
un reporte que escribir. ¿Puedes dejarme solo un rato?
-
¿Un
reporte? ¿Ya has empezado el Curso Especial?
-
¿Uh?
Oh, bueno, tengo un montón de tareas que hacer.
-
Ya
veo…No te sobreesfuerces. Baja para la comida.
Los fríos dedos se apartaron de mi
garganta. Mi cuerpo quedó liberado.
Alargé la mano para encender el sistema
de control del aire, pero me aseguré de mantener apagado el sistema de
seguridad. Si no lo hiciera detectaría al intruso como una presencia extraña y
estallaría una atronadora alarma.
Si la persona fuera reconocida como un
residente legítimo de Nº 6 no pasaría, pero no podía imaginar al empapado
intruso como un ciudadano.
La ventana se cerró y el aire caliente
comenzó a circular por la habitación.
El intruso de ojos grises pareció
colapsar, y se inclinó contra la cama. Lanzó un largo, profundo suspiro.
Parecía considerablemente debilitado.
Cogí rápidamente el kit de emergencia.
Primero le tomé el pulso; después desgarré su camiseta y comencé a limpiar la
herida.
-
Esto…
No podía estar seguro con sólo mirar, no
estaba familiarizado con aquel tipo de heridas. Había grabado en la carne de su
hombro, justo en la articulación, un corte superficial.
-
¿Una
herida de bala? – Pregunté.
-
Sep.
– Fue la casual respuesta. – Simplemente falló. ¿Cuál es el término para esto?
¿Herida superficial?
-
No
soy un especialista. Aún soy estudiante.
-
¿En el Curso
Especial?
-
Empiezo
el mes que viene.
-
Guau…Alto
CI, ¿eh?
Había una punta de sarcasmo en su voz.
Desvié la mirada de su herida y lo miré
a los ojos.
-
¿Te
diviertes a mi costa? – Pregunté.
-
¿Divertirme
a tu costa? ¿Cuándo me estás tratando? Nunca. Así pues, ¿cuál es tu
especialidad?
Le dije que estaba especializado en
ecología. Recientemente había sido aceptado en el Curso Especial.
Ecología. Lo último que tenía que ver
con cómo tratar una herida de bala. Mi primera experiencia. Era un poco
excitante.
<Vamos a ver, ¿qué tengo que hacer
primero? Desinfectar, vendar…Oh, sí, tengo que detener el sangrado primero.>
-
¿Qué
haces? – Preguntó el chico.
Me miraba mientras yo sacaba la
jeringuilla del kit de desinfección. Tragó saliva.
-
Anestesia
local. – Respondí. – Muy bien, ahí va.
-
Eh,
espera un minuto…Vas a dormirlo, ¿y luego qué?
-
Coserlo.
Supuestamente lo dije con una sonrisa
tan grande que parecía que no podría estarme divirtiendo más. Es algo que
descubrí mucho después.
-
¡Coserlo!
– Exclamó. - ¿Puedes hacer algo más primitivo?
-
Esto
no es un hospital. No tengo las facilidades necesarias, y además, creo que una
herida de bala ya es lo bastante primitiva por sí misma.
La tasa de crimen en la ciudad estaba
muy cerca de cero. La ciudad era segura, así que no había necesidad de
ciudadanos que llevaran armas, y si lo hacían era sólo para cazar. Dos veces al
año las leyes se levantan para temporadas de cacería. Con antiguas armas de
fuego colgando del hombro, los aficionados se aventuraban en las montañas del
norte.
A mi madre no le gustaban. Decía que no
entendía cómo la gente podía matar animales por diversión, y ella no era la
única. En el censo periódico el 70% de la población expresaba su desagrado
hacia la caza como una forma deportiva.
Matar pobres animales inocentes…Qué
violento, qué cruel.
Pero la figura sangrante frente a mí no
era un zorro ni un ciervo. Era un humano.
-
No
puedo creerlo. – Musité para mí mismo.
-
¿Creer
qué?
-
Que
haya alguien que dispare a otra gente…A no ser…¡No me digas que alguien del
club de caza te disparó por error!
Sus labios se curvaron. Estaba
sonriendo.
-
El
club de caza, ju…- Dijo aún con esa sonrisa torva. – Bueno, supongo que puedes
llamarlo así. Pero no me dispararon por error.
-
¿Ellos
sabían que disparaban contra un humano? Eso va contra la ley.
-
¿Ah
sí? En lugar de a un zorro, simplemente estaban cazando a un humano. Una caza
de hombres. No creo que esté contra la ley.
-
¿Qué
quieres decir?
-
Están
los cazadores, y los cazados.
-
No
sé de qué me hablas.
-
Me
imaginaba que no. No necesitas entender. Así que, ¿de verdad vas a pincharme? ¿No
tienes un anestésico en espray o algo así?
-
Siempre
quise probar la aguja.
Desinfecté la herida y apliqué el
anestésico con tres inyecciones alrededor de la ella. Mis manos temblaban un
poco por los nervios, pero aún así lo logré hacer suavemente.
-
Debería
comenzar a adormecerse pronto, y entonces…- Dije.
-
Vas
a coser. – Él completó mi frase.
-
Sip.
-
¿Tienes
alguna experiencia?
-
¡Claro
que no! No voy a entrar en medicina. Pero tengo conocimiento básico de puntos
de sutura. Lo vi en un vídeo.
-
Conocimiento
básico, uh…
Lanzó una honda exhalación y me miró
directamente a la cara.
Tenía unos labios finos y pálidos,
mejillas hundidas, y piel blanca y seca. Tenía el rostro de alguien que no ha
tenido una vida decente. Realmente parecía una presa animal que había sido
perseguida implacablemente, exhausta, sin un lugar al que correr.
Pero sus ojos eran diferentes. Estaban
desprovistos de emoción, pero podía sentir el fiero poder que emanaba de ellos.
¿Era vitalidad? Eso creía yo. Nunca antes me había encontrado con alguien con
unos ojos tan memorables como aquellos.
Y esos ojos me estaban mirando sin
pestañear.
-
Eres
raro. – Me dijo de pronto.
-
¿Por
qué me dices eso? – Pregunté, sorprendido.
-
Ni
siquiera me has preguntado mi nombre.
-
Oh,
ya. Pero yo tampoco me he presentado.
-
Shion,
¿verdad? ¿Cómo la flor?
-
Sip.
A mi madre le gustan los árboles y las flores silvestres. ¿Y qué hay de ti?
-
Nezumi.
-
¿Eh?
-
Mi
nombre.
-
Nezumi…no
puede ser.
-
¿El
qué?
Aquellos ojos no eran los de una rata, eran mucho más elegantes.
Como…Como el cielo justo antes del amanecer…¿No se parecía a ese color?
Me ruboricé, avergonzado de encontrarme
recitando como un mal poeta.
Alcé la voz.
-
Bien,
aquí vamos.
<Recuerda los pasos básicos de la
sutura.> Me dije a mí mismo. <Pon dos o tres hilos iguales y úsalos como
soporte para continuar la sutura…Debes hacerlo con el máximo cuidado y
precisión…En el caso de una sutura continua…>
Mis dedos temblaron. Nezumi los miraba
en silencio. Estaba nervioso, pero también un poco excitado. Estaba poniendo en
acción lo que había leído en un libro de texto. Era…estimulante.
Completé la sutura. Apreté un trozo de
gasa limpia en la herida. Una gota de sudor se deslizó por mi frente.
-
Así
que eres listo.
La frente de Nezumi también estaba
perlada de sudor.
-
Sólo
soy bueno con las manos. – Respondí.
-
No
sólo tus manos. Ese cerebro tuyo. Sólo tienes doce años, ¿no? Y ya vas a entrar
en el Curso Especial de la más alta educación institucional. ¡Eres de la super élite!
Esta vez no había una punta de sarcasmo,
ni tampoco un poco de admiración.
Silenciosamente aparté las gasas y el
instrumental.
Diez años atrás obtuve una alta
puntuación el examen de inteligencia para niños de dos años de la ciudad. Ésta
proveía a las personas como yo, con grandes habilidades físicas o mentales, de
la mejor educación que se pudiera desear.
Hasta la edad de diez años fui a clases
en un entorno repleto de las últimas facilidades, rodeado de otros compañeros
de clase iguales a mí. Bajo la atenta mirada de regios y expertos instructores
aprendíamos los rudimentos de la educación, después de lo cual cada uno tuvimos
nuestro propio grupo de profesores que nos ayudaron a movernos hacia nuestro
campo de especialización, el que más nos conviniera.
Desde el día en que me convertí en un
alto rango el futuro me fue proveído. Era inamovible. Ninguna fuerza podría
romperlo.
Al menos eso es lo que yo pensaba.
-
Parece
una cama confortable. – Murmuró Nezumi, aún apoyado en ella.
-
Puedes
usarla, pero cámbiate primero.
Dejé caer en su regazo una camisa
limpia, una toalla y una caja de antibióticos.
Caprichosamente decidí de pronto hacer
un chocolate. Tenía suficientes aplicaciones de cocina básica en mi cuarto para
preparar una o dos bebidas calientes.
-
No
es exactamente a la moda, ¿eh? – Comentó Nezumi, esnifando mientras cogía la
camisa de tartán.
-
Mejor
que una camiseta sucia que está rota y cubierta de sangre, si me preguntas.
Le pasé una cálida taza de chocolate.
Por primera vez en aquella tarde pude
ver un conato de emoción en sus ojos grises. Placer. Nezumi sorbió un poco y
murmuró suavemente…
-
Es
bueno. Mejor que tu sutura.
-
No
es justo compararlo. Creo que lo he hecho bastante bien para ser mi primera
vez.
-
¿Siempre
eres así?
-
¿Eh?
-
¿Siempre
eres así de abierto? ¿O es normal para todos los finolis elitistas no tener una
pizca de sentido del peligro?
Nezumi hablaba mientras sostenía la taza
con las dos manos.
-
Estáis
bien sin sentir ningún peligro ni miedo contra los intrusos, ¿eh? – Continuó.
-
Siento
el peligro. – Aseguré. – Y miedo también. Tengo miedo de las cosas peligrosas y
no quiero tener nada que ver con ellas. Tampoco soy tan ingenuo para creer que
alguien que sube a la ventana del segundo piso es un ciudadano respetable.
-
¿Entonces
por qué?
Él tenía razón. ¿Por qué? ¿Por qué
tratar las heridas del intruso, incluso darle chocolate caliente? Yo no era un
monstruo de sangre helada pero tampoco rebosaba en compasión y bondad para
tenderle una mano a cualquier herido que me encontrara. No era un santo. Odiaba
tratar con molestias y desacuerdos.
Pero había dejado entrar a este intruso.
Si las autoridades civiles lo encontraban me metería en un lío. Podrían verme
como a alguien carente de buen juicio, y si eso pasara…
Mis ojos se encontraron con unos
profundamente grises. Sentí como si pudiera ver una punta de risilla en
ellos…Como si viera a través de mí todo lo que yo pensaba, y se riera.
Me apreté el estómago y lo miré.
-
Si
fueras un hombre grande y agresivo hubiera encendido la alarma en este mismo
instante. Pero eres bajito y pareces una chica, y a punto de desmayarte. Así
que…Decidí tratarte. Y…
-
¿Y?
<Y tus ojos son del color más extraño
que nunca había visto. Me atraen.>
-
Y…Quería
ver cómo eran los puntos de sutura.
Nezumi se encogió de hombros y bebió el
resto de su chocolate. Limpiándose la boca con el dorso de la mano acarició las
sábanas con la palma.
-
¿De
verdad puedo dormir? – Preguntó.
-
Claro.
-
…Gracias.
Esas fueron las primeras palabras de
agradecimiento que había oído desde que entró en mi habitación.
***
Mamá estaba sentada en el sofá de la
sala de estar, absorta en la televisión de pantalla plana que había montada en
la pared. Notó que yo venía y señaló la pantalla.
Una locutora con el pelo muy largo y
liso hablaba, advirtiendo a todos los residentes de Chronos.
Un criminal había escapado del
correccional del Bloque Oeste, y había sido visto por última vez huyendo hacia
el área de Chronos. Por esto y también a causa del huracán, la zona había sido
cerrada esa noche; cualquiera que viviera allí, excluyendo casos especiales,
tenía prohibido salir de su casa.
El rostro de Nezumi apareció en la
pantalla. Debajo los signos “VC103221” flotaban en color rojo.
-
VC…-
Musité.
Me llevé una cucharada de pastel de
cereza a la boca. Cada año, sin excepción, mamá cocinaba pastel de cereza por
mi cumpleaños. Era porque mi padre había traído uno el día en que nací.
Por lo que mamá decía, mi padre era un
caso incurable de despilfarrador al que le gustaban las mujeres y, por encima
de todo, la botella. Había estado a un paso de convertirse en alcohólico.
Un día él vino a casa. En su borrachera
había comprado pastel de cereza…tres de ellos. Por lo visto estaban tan buenos
que ella recordaría su sabor cada vez que el siete de Septiembre se acercara.
Mis padres se divorciaron dos meses
después del pastel de cereza.
Desafortunadamente yo no tenía memoria
del incurable caso de mi padre, el que estaba a un paso del alcoholismo. Pero
no era un inconveniente: después de haber alcanzado un nivel tan alto en el
ranking de inteligencia, mamá y yo recibimos el derecho de vivir en Chronos, a
la par de seguridad para nuestras condiciones de vida, incluyendo nuestra
modesta pero bien arreglada casa. Ningún
inconveniente en absoluto.
-
Acabo
de recordarlo. – Dije de pronto. – El sistema de seguridad del jardín todavía
está apagado. No hay problema con dejarlo así, ¿verdad?
Mi madre se giró con lentitud. Había ganado
mucho peso recientemente, y parecía costarle mucho esfuerzo cada movimiento.
-
Es
un incordio esa cosa. – Respondió. – Incluso un gato saltando sobre el muro
puede hacer saltar la alarma, y entonces el personal de la Oficina de Seguridad
vienen a comprobarlo. Qué molestia.
Casi en correlación con su subida de
peso, había comenzado cada vez más a decir que las cosas “eran un incordio”.
-
¡Pero
míralo! – Se volvió hacia la televisión. – Aún es tan joven. Un VC…Me pregunto
qué ha hecho.
VC. El V-Chip, la versión corta de
Violencia-Chip, un término originalmente usado en América para un semiconductor
que se usaba como censor de contenido televisivo. Con este chip podías
programar la televisión para no mostrar las escenas violentas o perturbadoras.
Si recuerdo correctamente, el término fue usado por primera vez en la revisión
del acto de telecomunicaciones del 1996.
Pero en No.6 el término VC traía consigo
un significado mucho mayor. Asesinatos, intentos de asesinato, robo, asalto u
otro crimen violento, todos eran susceptibles de tener el chip plantado en su
cuerpo. Eso permitía a los ordenadores rastrear la localización, condición e
incluso las fluctuaciones emocionales del convicto.
VC era, en definitiva, un término usado
para los criminales violentos.
<¿Pero cómo se lo ha quitado?>
Pensé.
Si el VC aún estaba en su interior, su
localización podría ser monitoreada instantáneamente con el sistema de rastreo
de la ciudad. Debería ser fácil arrestarlo sin advertir a los ciudadanos, pero
hacer pública la noticia de su escape y forzar el encierro de todo el mundo
sólo podía significar que no eran capaces de encontrarlo.
<¿La herida de bala podría…? No, no
puede ser.>
Nunca antes había visto una herida así
en un ser humano, pero podría decir que definitivamente venía de un disparo en
la distancia. Si hubiera disparado al chip junto a la carne de su hombro por sí
mismo, la herida sería mucho más seria, con quemaduras y todo. Realmente seria.
-
Qué
aburrido, ¿verdad? – Dijo de pronto mi madre. – Una lástima, siendo que es tu
día especial.
Ella suspiró mientras echaba unas
cuantas hojas de perejil en la olla del guiso sentada a la mesa.
“Aburrido” era otra palabra que mamá
estaba usando mucho aquellos días.
Ella y yo éramos muy similares. Éramos
un poco hipersensibles, y no nos gustaba mucho socializar. La gente a nuestro
alrededor era amable, tan amable que no había nada malo que decir de ellos. Mis
compañeros de clase, los ciudadanos a nuestro alrededor, todos eran geniales,
inteligentes, y comedidos en sus maneras.
Nadie alzaba la voz para insultar a
alguien, o trataba a otra persona con hostilidad. No había gente extraña ni
taimada. Todo el mundo mantenía un estilo de vida meticulosamente saludable,
tanto que las figuras con ligero sobrepeso como la de mi madre eran raras.
En este pacífico, estable y uniforme
mundo donde todo el mundo parecía igual, mi madre engordó, comenzó a utilizar
palabras como “incordio” o “aburrido”, y yo comencé a encontrar opresiva la
presencia de otras personas.
Rómpelo.
Destruyelo.
¿Destruir
qué?
Todo.
¿Todo?
La cuchara se me cayó de la mano y
golpeó el suelo.
-
¿Qué
sucede? – Preguntó mamá. – Estás a kilómetros de distancia.
Mi madre me miró inquisitiavmente. Su
cara redonda se quebró en una sonrisa.
-
Esto
es raro en ti, Shion, tirándolo todo así. ¿Quieres que desinfecte esa cuchara?
-
Oh,
no, no es una gran cosa.
Le sonreí también.
Mi corazón corría tan deprisa que me
costaba respirar.
Me bebí toda el agua mineral de una sola
vez, intentando calmarme.
Heridas de bala, sangre, VC, ojos
grises. ¿Qué eran todas estas cosas? No habían existido en mi mundo hasta
ahora. ¿Qué motivo tenían, entrando tan bruscamente en mi vida?
Tuve una premonición efímera, la sensación
de que se acercaba un gran cambio: como un virus que entra en las células y las
muta o las destruye, yo sentí que este impostor iba a cambiar el mundo en el
que vivía e iba a destruirlo por completo.
-
¿Shion?
– Me llamó mi madre. – De verdad, ¿qué pasa contigo?
Me miraba a la cara con expresión
preocupada.
-
Lo
siento, mamá. El reporte me está preocupando. – Mentí, levantándome. – Voy a
terminar de comer en mi cuarto.
***
-
No
enciendas la luz.
La baja voz me dio la orden en cuanto
entré en la habitación.
No me gustaba la oscuridad, así que
normalmente dejaba encendidas las luces, pero ahora todo estaba sumido en la
oscuridad.
-
No
puedo ver nada. – Repliqué.
-
No
lo necesitas.
Pero si no podía ver no podía moverme.
Me quedé sin hacer nada, con el trozo de pastel de cereza en las manos.
-
Algo
huele bien. – Dijo Nezumi.
-
Traigo
pastel de cereza.
Oí un ligero silbido de apreciación en
las tinieblas.
-
¿Quieres
un poco? – Pregunté.
-
Por
supuesto. – Respondió él rápidamente.
-
¿Vas
a comer en la oscuridad?
-
Por
supuesto.
Suspiré y con cuidado avancé un paso.
Pude oír una risita disimulada.
-
¿No
puedes encontrar el camino en tu propio cuarto? – Preguntó Nezumi.
-
No
suelo ser nocturno, gracias. ¿Puedes ver en la oscuridad?
-
Soy
una rata. Por supuesto que puedo.
Logré encontrar la cama, y el pastel
desapareció de entre mis manos.
-
VC103221.
En la oscuridad pude sentir a Nezumi
estremeciéndose.
-
Estabas
en las noticias. – Comenté. – Famoso.
-
Ja.
– Hizo él. - ¿No se me ve mucho mejor en la vida real? Ey, el pastel es bueno.
Comenzaba a acostumbrarme a las
tinieblas. Me senté en la cama y estreché al mirada hacia la silueta de Nezumi.
-
¿Pudiste
escapar? – Pregunté.
-
Por
supuesto.
-
¿Qué
hiciste con el chip?
-
Aún
lo llevo dentro.
-
¿Quieres
que lo saque?
-
¿Cirugía
otra vez? No, gracias.
-
Pero…
-
No
tiene importancia. Es inútil de todos modos.
-
¿Qué
quieres decir?
-
El
VC es sólo un juguete. Desactivarlo es como un pedazo de pastel.
-
Un
juguete, uh…
-
Sí,
un juguete. Y deja que te diga algo: la ciudad en sí misma es un juguete,
también. Un juguete barato que es bonito sólo en el exterior.
Nezumi había acabado con el pedazo de
pastel. Lanzó un suspiro de contento.
-
Así
que…- Continué. -…¿estás seguro de que vas a escapar, cuando la ciudad está en
alerta máxima?
-
Por
supuesto.
-
Pero
hay un chequeo de seguridad muy estricta para los intrusos indocumentados. Hay
un sistema entero en este lugar para gente así.
-
¿Tú
crees? El sistema de esta ciudad no es tan perfecto como te piensas, está lleno
de agujeros.
-
¿Cómo
puedes decir eso?
-
Porque
yo no soy parte del sistema. Todos vosotros habéis sido programados
cuidadosamente para creer que esta patraña agujereada es la perfecta utopía. O
no, tal vez sois vosotros quienes queréis creer.
-
Yo
no.
-
¿Eh?
-
Yo
no creo que este lugar sea perfecto.
Las palabras brotaron de mi boca.
Nezumi quedó en silencio. Frente a mí
sólo había una amplia extensión de oscuridad: no podía sentirlo en ninguna
parte.
Él tenía razón, era como una rata. Un
roedor nocturno, oculto en las tinieblas.
-
Eres
extraño. – Dijo de pronto, en voz muy baja.
-
¿De
verdad?
-
Sí.
No es algo que alguien de la élite deba decir. ¿No tendrías problemas si las
autoridades lo descubren?
-
Sí,
grandes problemas.
-
Has
dado con un VC huido y no lo has reportado a la Oficina…Si te descubren estarás
en un problema aún mayor. No van a dejarte ir fácilmente.
-
Lo
sé.
Nezumi de pronto me cogió del hombro.
Sus dedos se hundían en mi carne.
-
¿De
verdad? – Dijo en voz baja. – Quiero decir, no es mi problema lo que te pase,
pero si al final eres atrapado por mi culpa no me gustaría. Me sentiría como si
hubiera hecho algo horrible…
-
Qué
considerado por tu parte.
-
Mamá
siempre me decía “no le causes problemas a otras personas”.
Noté que lo decía muy bajo, muy
levemente, casi como sin querer.
-
¿Entonces
vas a irte? – Pregunté.
-
No.
– Respondió en seguida. – Estoy cansado, y ahí fuera hay un huracán. Y
finalmente tengo una cama. Dormiré aquí.
-
Decídete.
-
Papá
siempre me decía que separara mis modales de mis sentimientos privados.
-
Suena
como a un buen padre.
Sus dedos abandonaron mi brazo por fin.
-
Supongo
que tengo suerte de que seas raro. – Comentó suavemente.
-
¿Nezumi?
-
¿Hm?
-
¿Cómo
llegaste a Chronos?
-
No
te lo digo.
-
¿Escapaste
del Correccional y entraste en la ciudad? ¿Es siquiera posible?
-
Por
supuesto que es posible, pero yo no entré en No.6 por mi cuenta. Alguien me
trajo. No es como si yo quisiera estar aquí, de todos modos.
-
¿Te
trajo?
-
Sep.
Estaba siendo escoltado, podría decirse.
-
¿Escoltado?
¿Por la policía? ¿Adónde?
El Correccional estaba en el Bloque
Oeste, una zona de alta seguridad. Cualquiera que quisiera entrar en No.6 desde
allí tenía que conseguir el permiso de la Oficina.
Aquellos que conseguían permisos
especiales eran libres de entrar y salir, pero había oído que los nuevos
solicitantes tenían que esperar al menos un mes para saber el resultado…y normalmente
menos del diez por ciento eran admitidos. El número de días que podían estar
dentro de la ciudad estaban severamente restringidos, así que naturalmente la
gente comenzaba a acumularse en el Bloque Oeste.
Más personas esperando que se procesaran
sus permisos significaban más establecimientos de comida y hospedaje en las
calles para atenderlos, y más gente contratada para el trabajo o para hacer
negocios.
Nunca había estado en el Bloque Oeste,
pero había oído que caótico pero vivo lugar. La criminalidad era alta; la
mayoría de los VC que llenaban las celdas del Correccional eran residentes del
Bloque Oeste.
Las sentencias eran desde un año a toda
la vida, basándose en la edad, la historia criminal y el grado de violencia del
crimen; no había pena de muerte.
El Bloque Oeste servía como una especie
de fortaleza que contenía toda la gente y las cosas de naturaleza criminal, y
prevenía que entraran en la ciudad.
Así que…Para que un VC fuera escoltado
desde allí hacia el interior de los muros…¿Hacia dónde lo llevaban? ¿Por qué
razón?
Nezumi se arrastró y se acostó en al
cama.
-
Probablemente
a la Gota Lunar. – Respondió.
-
¡El
ayuntamiento! – Exclamé. - ¿El centro de la ciudad? ¿Por qué?
-
No
te lo digo. De todos modos no deberías saberlo.
-
¿Por
qué no?
-
Estoy
cansado. Voy a dormir.
-
¿Es
algo que no puedes decirme?
-
¿Puedes
garantizar que puedes olvidar algo completamente una vez lo has oído?
¿Pretender que no lo has escuchado? ¿Mentir del todo y decir que no sabes nada?
Tal vez eres listo, pero no eres un adulto. No puedes mentir tan bien.
-
Supongo,
pero…
-
Así
que no preguntes en primer lugar. A cambio, yo no se lo diré a nadie.
-
¿Eh?
¿El qué?
-
Sobre
cómo estabas gritando por la ventana.
Me había visto.
Sentí mi rostro ardiendo de vergüenza.
-
Me
cogió totalmente por sorpresa. – Comentó Nezumi. – Me colé en tu jardín y
estaba preguntándome qué hacer a continuación, y de pronto la ventana se abrió
y sacaste al cabeza fuera.
-
Ey,
espera…
-
Estaba
mirando qué hacías ahora y en ese momento empezaste a gritar. De nuevo me
cogiste por sorpresa. No creo haber visto nunca a nadie gritando con una cara
como…
-
¡Cállate!
Muerto de vergüenza me lancé contra
Nezumi, pero todo lo que noté fue la almohada debajo de mí.
En un momento Nezumi estaba en pie.
Metió una mano bajo mi brazo y con un rápido giro me encontré fácilmente puesto
sobre la espalda. Él trepó sobre mi cuerpo, inmovilizando mis dos brazos con
una sola mano. Sus piernas montaron mis caderas a horcajadas, apretándolas con
fuerza.
En un instante noté un estremecimiento
de entumecimiento recorriéndome las piernas hasta los dedos de los pies.
Estaba impresionado. En un solo segundo
me encontraba atrapado, inmovilizado en mi propia cama.
Con su mano libre Nezumi cogió la
cuchara. La apretó contra mi garganta y la cruzó con suavidad.
Se agazapó hasta que sus labios
estuvieron muy cerca de mi oído.